No hubo roces, solo los justos y casi inevitables.
Y ambos sabian que sus mundos eran como continentes separados por un inmenso oceano.
Quizas el vió que ese oceano era impenetrable, quizas ella lo sabía de antemano.
Pero habia una comunicacion magica entre ambos, sencilla y directa.
El temor a perder esa comunicación les atenazaba, sabiendo que el destino les condenaba a un futuro de distancias cada vez mas terribles, mas dolorosas.
Un dia ella partiría y el no podria evitar que su imagen se desvaneciera en la niebla.
Cada momento era un regalo que saborear, algo unico y distinto.
No cruzaron fronteras salvo las de la necesidad imperiosa de sentirse vivos, de sentirse alguien.
Quien sabe si aun existen los predestinados a esa ausencia.
Y el casi no la vió partir pues no hubo despedida.
Y la odió por ello, aun sabiendo que era su mejor regalo.
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